La
segunda entrevista que realicé a Miguel Ángel Baixauli la quise filmar en los
“escenarios” de Temps d’aigua, en el
Tremolar. Por ello, más que como una entrevista con preguntas claras y
cerradas, la idea era que fluyera de manera más o menos espontánea. Digo esto
porque, en realidad, yo ya había pensado en algunas cuestiones que quería
plantear, pero dependiendo de sus respuestas las fui reorientando.
Aquella
entrevista fue íntegramente filmada por Guillem Cervera. Transcribo y “rescato”
aquí algunos fragmentos:
[Hemos llegado al canal del Tremolar y vamos circulando con el coche por la zona para que Miguel Ángel me enseñe algunos de los lugares que aparecen en la película]
Cristina Fernández Matarrubia: Es
curioso, ahora que veo el lugar en persona me parece todo más pequeño ¿no
debería ser al revés? ¿No lo debería ver más grande?
Miguel Ángel Baixauli: El
espacio en la película está recompuesto, reformulado. Las imágenes
magnifican, parece que amplifican lo real, de alguna manera le restan una
dimensión de profundidad (transforman las tres dimensiones de lo que percibimos
en las dos dimensiones de la pantalla) pero a la vez le añaden otra dimensión,
la imaginaria, es decir, lo que el propio espectador construye y la que se
construye a partir de la manera de relacionarse de las imágenes entre ellas. El
fragmentar un espacio y mostrarlo de esa manera es lo que permite generar en
las “junturas” esa dimensión imaginaria. Al final
decidí articular todo en torno al canal del Tremolar. Ya que en la película la historia,
la narración y el trabajo sobre el tiempo eran un foco de dispersión, la
construcción del espacio quería que fuese lo que la articulara. En ella el
espacio del canal está más asociado a los chicos, y la gente mayor, a los
campos de cultivo y a otras latitudes. Pero la construcción del espacio, la
manera en que está reformulado en la película, es para que parezca mucho más
amplio, da la impresión de que se recorre por tramos.
CFM: Sí, ya veo. Todos estos lugares son lo equivalente a
un plató. Hablando de tiempo, ¿cuánto tardasteis en rodar la película?
MAB: El
rodaje se llevó a cabo de manera interrumpida durante dos años. El periodo más largo fue el primer año y duró un mes. Al
año siguiente rodamos durante dos o tres semanas más. Esta película no trata de evidenciar en cuánto tiempo transcurre la narración. Esa indeterminación eso es algo buscado, de ahí su título, Temps
d’aigua, que pretendía aludir a un tiempo no exclusivamente cronológico. Aquellas secuencias
cronológicas, las que están articuladas, por ejemplo, por los ciclos del agua,
de las cosechas, están muy marcadas pero no están determinando cuanto tiempo
transcurre entre una y otra.
[Aparcamos y nos bajamos del
coche, vamos a dirigirnos a la higuera, en la que se desarrollan varias escenas
de la película]
CFM: Se
trataría de generar un tiempo y un espacio propios de la película.
CFM: Sí, pero con la diferencia de que en el cine más
convencional existe una narración más marcada que suele estructurarse en
“inicio, nudo, desenlace”, al igual que ocurre, por ejemplo, en las novelas.
Esto lo que provoca es cerrar el orden de lectura y, en último término, el
sentido.
MAB: El
cine convencional está muy sometido a la cronología. En él el tiempo sólo es
concebido como tiempo narrativo y ya está. Cuando el tiempo puede tener
(y tiene en la realidad) dimensiones mucho más amplias. Ese tipo de cine siempre se sirve de esta
cronología para narrar una historia, para generar una serie de expectativas en
el espectador. Sin embargo, el tiempo de la
experiencia es un tiempo mucho más complejo, está hecho de duraciones heterogéneas: cómo
duran determinados acontecimientos, cómo dura la percepción de las cosas, cómo dura la
vivencia. Y de ahí también la importancia de la duración de los planos…Normalmente en el cine
convencional los planos duran lo que dura la compresión de la acción y nada
más, sin embargo, en los trabajos que yo hago, por ejemplo, siempre trato de
buscar más la duración de la vivencia con respecto a una situación, a una
imagen o a un personaje…se trata de generar un tiempo de captación, de
percepción.
[Llegamos finalmente a la
higuera, donde en la película los chavales protagonistas se han construido una casa de madera que, al final del film, alguien le prende fuego]
CFM:
¿La escena del incendio de la casita de la higuera fue completamente azarosa? ¿Viniste a rodar como cualquier otro
día y te encontraste con este percance?
MAB: Sí, vinimos aquí por la mañana,
como todas las mañanas y vimos que habían quemado la caseta de los chavales.
Todavía estaba humeante, esa misma noche habían quemado la higuera y la casita de los chavales y nunca se supo
quién. Especulamos que quizás pudo hacerlo una persona de la que ya habían
recibido quejas, y a la que podría molestarle la especial afluencia de gente a
la zona a raíz del rodaje. Es curioso como el propio
rodaje influyó en la realidad. A mi me pareció una lección magistral entre la
articulación de lo real y la ficción. Porque yo en ese momento sentí claramente
que podría pensarse que la había quemado yo intencionadamente
para provocar un elemento dramático en la ficción. Nada más lejos de la
realidad.
Lo
interesante de esa escena es que nosotros solo filmamos los efectos de eso.
Cuando el hecho ya ha sido consumado.
CFM: Se
trata de una elipsis “no volutaria”.
MAB: Sí,
una elipsis que la realidad nos imponía. Como decía Bresson “filmar los efectos
y no las causas”. Filmamos un acontecimiento dramático, fuera de plano,
eliptizado, en off, y sólo los efectos de eso sobre los personajes. Pero es que además es eso lo que la realidad nos había ofrecido.
CFM: Hay
cineastas que saben de antemano lo que quieren, escriben un guion de la manera
más completa posible y la filmación no es más que una aplicación práctica,
digamos que es lo “habitual”, por ejemplo Resnais o Hitchcock lo hacen. Luego
están los del lado de Rouch, o el mismo Costa, que no saben muy bien qué van a
hacer, y lo buscan. El rodaje se plantea como una búsqueda ¿Te sientes más afín
a este método? A algo que no se sabe en que va a acabar pero que se va
construyendo durante el trabajo.
CFM:
Entonces, ¿cómo te planteas el rodaje? ¿Antes de filmar primero convives con
las personas, los conoces? ¿O directamente empiezas a filmar, con lo que vaya
surgiendo?
MAB: Sí,
así es. La cámara siempre llega en un momento posterior. Para mí es muy
importante entablar una relación con el lugar que voy a filmar y con las
personas. Y cuando ya hay esa relación establecida entonces es cuando la cámara
hace su aparición. Ni en Temps d’aigua ni en Sol de Amparaes la
cámara estaba desde el principio.
CFM:
Esto significa que planteas el rodaje con algunas acciones que surgen
espontáneamente, sobre la marcha, pero también diriges otras ¿no es así?
MAB: Sí,
pero esas que están “dirigidas” no las invento yo, surge tras esa convivencia
de la que hablaba, en la que yo observo lo que hacen, su día a día.
Para mí lo importante no es
construir un guion, construir una historia, sino construir una disposición de
cara al tiempo y al espacio que vamos a filmar. Una disposición de percepción,
de relación con las personas.
CFM: En
tus películas, tanto en Temps d’Aigua como en Sol de Amparaes no
haces uso de actores profesionales. Yo diría que tiendes al modo bressoniano de
“modelos”, pero llevándolo más allá porque estas personas que aparecen en tus
películas son “modelos de sus propias vidas”. Se puede decir, que de alguna
manera, esas personas se “autorrepresentan” durante la película.
CFM En
ese caso, las personas de tus películas tienen un papel de “guionistas”, de
creadores incluso.
MAB Sí,
totalmente, ellos determinan qué es lo que se filma. Y lo determinan con su
propia forma de vida. La construcción viene a posteriori, en el montaje, cuando
de todo eso se hace una selección, se construye un tiempo y un espacio propio
como hemos dicho antes. Así concibo el trabajo cinematográfico, entendido como
un instrumento de conocimiento, no como un instrumento de simulación o de
representación. El cine como generador de historias, de narraciones y ficciones
es un trabajo que a mi me interesa menos, es innegable que hay ciertas
películas que consiguen generar cosas potentes en ese campo, pero en mi
opinión, muy pocas.
CFM: Tus
películas son de un presupuesto bastante limitado, ¿de que manera influye esto
en su producción?
MAB: No
se trata tanto de que una escasez de dinero condicione al hacer una película,
sino que un gran presupuesto puede hacerlo, en el sentido de que coarta la
libertad, puesto que cada momento que gastes en la realización de la misma te
cuesta mucho dinero, por eso te tienes
que adaptar a una cronología determinada y estricta. Si decides hacer una
película con poco dinero te puedes permitir el lujo de “perder” mucho tiempo en
el camino, de estar mucho tiempo buscando. Cuando hay mucho dinero invertido en
una película no puedes buscar, tienes que tenerlo todo claro antes de empezar a
filmar porque cada minuto tiene que ser rentable.
René Clair en los inicios del
cine ya pronosticó que al cine lo mataría el dinero y, efectivamente, así ha
ocurrido.
CFM:
¿Crees que el dinero corrompe el cine? ¿Es lo que ha provocado la llamada “muerte del cine”?
El
cine clásico es un momento concreto de la historia del cine, en el que confluyó
una búsqueda de riqueza formal y estética muy fuerte con un sistema de estudios
y una innovación narrativa muy grande Creo que este momento en el que confluyen
los elementos formales e industriales es en torno a los años 40 y 50 y ya está.
A partir de ahí el cine entra en crisis y el cine actual en general es obsceno,
por las formas que trata, prima antes la intención de hacer dinero que no de generar un acto de
percepción con respecto a las cosas y un acto de conocimiento, que es a lo que
tendría que dedicarse el cine. La evolución de las técnicas y
del arte a lo largo del siglo XX es lo que ha llevado a la llamada “muerte del
cine”. El siglo XX es el siglo del cine, a nivel técnico es el siglo del
celuloide, de una determinada técnica de impresión de las imágenes y de una
manera de entender “lo real”, que termina con el siglo. Creo que la muerte del
cine se remite un poco a eso y a todas las “muertes” que se han anunciado
durante este siglo: la novela, la pintura, la historia…
CFM:
Antonio López le dijo una vez a Víctor Erice: "Lo que pasa, Víctor, es que
el cine nació cuando el hombre ya era muy viejo". Con eso creo que se
refería a que el cine nació en un momento en que el resto de artes ya habían
envejecido.
CFM: ¿Crees que el cine es un Arte con mayúsculas?
MAB: Más
que decir que el cine es un Arte diría que hay algunos momentos del cine que
han sido Arte. En la sociedad occidental estamos muy acostumbrados a estos
“guiones” que nos han sido transmitidos, la noción de Arte (o de artista u obra
de arte) es una de ellas. Godard, por ejemplo, dice que el cine no es
una arte ni una técnica, sino un misterio.
Es un misterio en el sentido de que es una técnica muy capaz de generar
momentos de percepción, momentos de construcción de lo real muy fuertes, reúne
más características que el resto de las artes para lograrlo, tiene la capacidad
de sintetizar muchas artes.
CFM:
Godard también decía que la cultura es la difusión y el arte la producción.
Parece decir con esta frase que la resistencia a la difusión es el germen de lo
artístico. Quizás porque la difusión, que por otro lado es inevitable,
cosifica, convierte en producto y, por lo tanto, destruye el acto de creación…
MAB: Yo,
personalmente, creo que la distribución de las películas es clave, cómo
circular las imágenes. Ahora mismo vivimos en una época en que la que hay una
sobresaturación de producción de imágenes. Por eso lo clave no es tanto la
producción como la difusión. Creo que lo que hay que preguntarse es por qué
unas imágenes llegan a todo el mundo y por qué otras, las más interesantes, se
quedan en circuitos cerrados.
CFM:
Pero es imposible que este tipo de cine llegue a un gran número de personas. Es
una cuestión de educación visual, no estamos acostumbrados a asimilar imágenes
o lenguajes de ese tipo. De hecho, creo
que es una condición inevitable que este tipo de cine renuncie a una gran parte
del público por ser como es.
CFM: No
hablo de adaptarse o someterse a los códigos “facilones” que maneja el cine de
entretenimiento, pero quizá haya puntos intermedios que lleguen a más personas. De todas maneras, esta
distancia ente espectador-obra no se da sólo en el cine, sino en toda
manifestación artística en general. Más que de distancia yo hablaría de una
“pereza” o desidia por parte del público. Una pereza a cambiar los hábitos.
MAB: Sí, así
es. Los hábitos es lo más arraigado y difícil de cambiar, hay que tener una
actitud de disposición para hacerlo, hay que querer. Los momentos de crisis,
como los que estamos viviendo, me parecen muy interesantes para cambiar de
hábitos, más que nada porque no queda más remedio. Quizás porque ya no hay
tanto dinero para sostener la vida en una dinámica de consumo y esto,
precisamente, nos empuja a fijarnos en aquello que antes teníamos al lado y no
mirábamos, porque estábamos más pendientes de lo siguiente que íbamos a
comprar. Se puede decir que lo mismo que ha pasado al nivel de consumo de
objetos se ha dado con el consumo de imágenes. Antes no
mirábamos la imagen, estábamos esperando la próxima que iba a venir, y cuanto
más espectacular, mejor. Por eso los momentos de crisis
son clave para reformular, no sólo nuestras políticas de relación, sino
nuestras formas de percepción con respecto a los objetos y a las personas que
nos rodean. A tener tiempo para volver a percibir las cosas. Un momento para
que imágenes mucho más marginales y hechas con otros códigos, circulen.
CFM: Eso
suena muy bien, pero yo no tengo tanta fe en que ocurra. Por el mismo motivo
que no creo que a la gente le de por leer más o ir a más exposiciones…Personalmente,
me cuesta aceptar que el cine se limite a círculos intelectuales. De alguna
manera esa autosegregación me
parece “sectaria”. En el momento en que ciertos directores empiezan estar más
“de moda”, empiezan a ser mencionados y mostrados en distintos circuitos
intelectuales (facultades, filmotecas, revistas especializadas, tesis…), aunque
estos circuitos sean subalternos a la cultura mas “popular” ¿No se corre el
peligro de, precisamente como acabo de decir, ponerlos “de moda”? De convertir
sus películas o su cine en un “pequeño espectáculo”, en el que no primaría el
entretenimiento (como en las salas de cine comercial) sino una cierta postura
intelectual. Creo que en estos casos también se generan códigos, en la medida
que son rupturistas con los códigos convencionales, generan otros…con el
peligro de cristalizar ciertas “maneras de hacer”.
MAB: Sí,
puede darse este efecto. Es cierto que también se alimenta con estos productos
minoritarios a una especie de “tribu intelectual”. Desde luego este tipo de
actitud es excluyente. Parece que si no estás cargado de “discursos” no puedes
acceder a estos circuitos intelectuales. En este me interesa mucho la actitud
de Pedro Costa ya que su cine, justamente, se mueve en estos ámbitos y, sin
embargo, a él no le interesa para nada adoptar una actitud intelectual.
CFM: Con
respecto a estas ideas de distribución y acceso limitado, ¿Cómo concibes la
“devolución” de la que siempre hablas del cine que haces a las personas que
filmas? Corro el riesgo de equivocarme pero insisto, probablemente, las
personas que aparecen en tus filmes no se interesarían en ellas
si no fuera porque su entorno y ellos mismos aparecen retratados en ellas.
MAB: Ese
era uno de mis problemas iniciales, yo mismo pensaba así “¿En qué medida puedo
devolverles sus propias imágenes si yo estoy articulando un código al que ellos
no están acostumbrados? Al estar implicados en la película, como bien dices,
hay una especie de “pulsión” por verse en pantalla. En la primera proyección
publica que hicimos de Temps d’aigua todas las “fuerzas vivas” (los
poderes públicos) del pueblo no entendieron nada y no les gustó ¿Por qué?
Porque no se usaron unos códigos determinados para ensalzar su cultura, su
pueblo. Se dirigía un tipo de mirada muy distinta. Ahora bien, después de esas
primeras reacciones, los implicados directos (las personas que aparecen en la
película) sí captaron la película. Yo considero eso un éxito. Lo importante es
que después la película ha seguido viviendo y regularmente me la piden en foros
muy diversos. Lo que me
estoy encontrando, para mi sorpresa, es que la gente entra muy bien en ella, no
se preocupan por cuestiones formales o intelectuales. No me preguntan por la
narratividad o por las intenciones, ni tampoco reparan en esa diferencia de
códigos. Se interesan más por la forma de vida de las personas que aparecen y
por cómo me relacioné con ellas. Esto es algo que me hace estar muy orgulloso
de esta película.
CFM: Me parece que tu cine tiene mucho que ver con el de
otros autores, como por ejemplo: José Luis Guerín, que creo que fue tu
profesor; el ya nombrado Pedro Costa, con quien también cursaste un seminario;
Abbas Kiarostami… y seguro que podría decir otros muchos y otros tantos que no
conozco siquiera. Está claro que no se puede hablar de un “género”, puesto que
este término solo es aplicable para “encasillar” ciertas tendencias englobadas
dentro de un mismo lenguaje cinematográfico, el clásico). Simplemente, son
películas dispersas en el mundo, lo que tienen en común todas es que tratan de
ser películas “de su época”, que fijan su mirada en un pedazo de la realidad concreto,
y tratan de aproximarse a él sin pasarlo por esquemas narrativos preconcebidos
y sin “cosificarlo”. Por eso mismo dais una visión distinta y más real que lo
que hace el cine dominante o la televisión. ¿De qué manera te han influido
estos u otros autores?
MAB:
Guerín fue mi profesor, en efecto, y asistir a sus clases fue clave en mi
formación, su cine no lo fue tanto. En ese sentido me ha influido más la obra
de Erice o la de Kiarostami, y por supuesto, la de Godard.
A Pedro
Costa lo considero uno de los grandes cineastas de la actualidad. Me siento
cercano a él en una actitud. Al igual
que él busco una inmanencia en las cosas, una relación muy directa y visceral
con ellas.
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